Ya no distinguía ese pútrido hedor que despedía el arroyuelo que chapoteaba a escasos metros de donde estaban sentados. Se hallaba sumido en sus pensamientos.
En cuclillas y con sendas “caguamas” observaban las luces allá abajo. El “sambo” se sorbió los mocos y se limpió el resto con el dorso de la mano que sostenía la cerveza, antes de echarle un corto trago. El "rulo" no dijo nada y solo lo miró de reojo.
Las estrellas no se veían esa noche y la luz de la luna era opacada por las nubes, las de humedad y las de smog.
-La neta wey, ya no es lo mismo, sin el “calabacito” con nosotros ya no vale madre la puta vida.- El rulo solo frunció la nariz.
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